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Coronapatía

La extraña sensación de despedirse del mundo con resignación y aceptación.

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Se podría decir que fui uno de los primeros casos diagnosticados (al menos de entre la gente que conozco). Un 17 de marzo, tres días después de que España decretase el estado de alarma. Quizá por eso la incertidumbre reinaba en las salas de espera de urgencias. Por aquel entonces las mascarillas estaban fuera de stock -y eso que ni se recomendaba su uso-, aquel momento en el que se creía mucho y se sabía más bien poco. No era la primera vez que me decían que tenía neumonía -para una persona asmática, exfumadora y con un pasado de bronquitis crónica, es hasta previsible- pero en ese mismo instante todo cambia dentro de ti. Piensas en la muerte, en la vida, haces un recorrido por tus experiencias vitales, y de algún modo, te sientes bien, satisfecho y agradecido.

Llega un momento en el que crees que te vas a morir y a la vez estás de lo más tranquilo y relajado. Quizá el cóctel molotov de la medicación experimental, la oxigenoterapia a tope o el mero cansancio hacen que te sientas como una anciana que decide rendirse porque ya ha vivido bastante. Así que, si la muerte hubiese venido a buscarme en aquel momento, me hubiese ido feliz.

Qué cosas tiene la vida, en ningún momento pensé en aquello que me estaba perdiendo, aquello que no había hecho todavía -que, con 34 años, vamos a presuponer que es mucho-.

Llamémoslo apatía, depresión o indiferencia, todo dentro de ti se ralentiza y tu mente no es capaz de centrarse en una tarea. Los días pasan rápido, al mismo paso que tardas en arrancar las hojas de un taco, que está en blanco: nada que hacer, nada que decir, nada que pensar. Y sucumbes.

Pasa el tiempo y empiezas a ser consciente de que no vas a morir y de que hay que esforzarse por entrenar de nuevo la mente. Solicité el alta voluntaria porque trabajar era el único modo que veía para no perder la cabeza. Y poco a poco, vuelves a reconocerte en algunos aspectos, en otros, eres una persona diferente, posiblemente una versión mejorada de ti mismo. ¿Por qué? Porque considero que soy más feliz, no tengo miedo, me siento orgullosa de quien soy y vivo en paz y armonía conmigo misma.

A día de hoy algunas de las enfermedades previas que tenía se han agudizado y he experimentado una infinidad de síntomas que yo denominaría como "stranger things" y los neurólogos quizá como idiopáticos (de causa no conocida). Puede que sea el virus, los efectos secundarios de tanto tratamiento o mi mente, ¿quién lo sabe? De momento, no hay respuesta. Existe la posibilidad de que esté atada de por vida a tomar medicación preventiva, pero nada de eso me va a quitar la sonrisa ni dejar de valorar cada día como un enorme regalo. Hoy, al más puro estilo de Bobby McFerrin mi mente entona una y otra vez el “Don´t worry. Be happy”.


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By Blanca Gutiérrez. Creado con Wix.com

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